Jueves 26 de Diciembre de 2024

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30 de noviembre de 2024

La historia del agua en Buenos Aires: de los aljibes y aguateros hasta el sistema creado para evitar epidemias

Hasta mediados del siglo XIX, los porteños accedían al agua en forma precaria. La fiebre amarilla mató al 8% de la población de la ciudad en 1871 y cambió el paradigma de acceso al agua. El sistema que impuso Domingo Faustino Sarmiento durante su presidencia

>En la actualidad hay muchas cosas que el ser humano da por hecho, como si siempre hubieran existido. Por ejemplo, prender una luz, abrir una canilla y que salga agua no siempre fue algo común y cotidiano.

Los aljibes tenían brocales de ladrillos, a menudo revestidos de azulejos o bien eran totalmente de mármol. Sobre ellos había un pescante de hierro, a modo de arco ornamentado, donde se sujetaba la roldana del balde. Algunas familias colocaban en el agua una pequeña tortuga, encargada de comer los insectos y de esta manera favorecer su limpieza. Pero su uso no estaba difundido y habitualmente el agua de lluvia iba directamente a la calle. Lucio V. Mansilla anotara en sus “Memorias”: “Las fincas que lo tenían –aljibes- eran contadas, indicantes de alta prosapia o de gente que tenía el riñón cubierto; daban notoriedad en el barrio, prestigio; y si por la hilacha se saca la madeja, tal o cual vecino pasaba por grosero por los muchos baldes de agua fresca que pedía; y tal o cual propietario por tacaño, porque sólo a ciertas horas no estaba con llave el candado de la tapa del precioso recipiente”.

Los aguateros eran comerciantes de Buenos Aires que en el siglo XIX, antes de que existiera el sistema de cañerías que transportaba agua a las casas, recorrían las calles con carros tirados por bueyes. Se internaban en el Río de la Plata para cargar toneles de madera con agua y anunciaban su llegada haciendo sonar una campana. Esta agua de río se dejaba “descansar” por un día, de esa manera lo sedimentos se depositaban en el fondo del tonel, los cuales era de madera de roble y se purificaba con alumbre. Al principio, la mayoría de los aguateros eran esclavos negros o mulatos. Después de la Independencia, su actividad pasó a manos de blancos, gallegos, criollos, pardos e indios.

José Wilde, describe magistralmente a los Aguateros: “…La carreta aguatera era tirada por dos bueyes. El aguatero, que por supuesto usaba el mismo traje que el carretillero, el carnicero, carnerero, etc., es decir, poncho, chiripá, calzoncillo ancho con fleco, tirador y demás pertrechos, era hijo del país, y ocupaba su puesto sobre el pértigo, provisto de una picana (una caña con un clavo agudo en un extremo), y una macana, trozo de madera dura, con que hacía retroceder o parar a los bueyes, pegándoles en las astas. Como es de suponer, con los pantanos y el mal estado, en general, de las calles, estos pobres animales tenían que sufrir mucho. La carreta aguatera era toscamente construida, aunque algo parecida a la que hoy se emplea tirada por un caballo; tenía en vez de varas, pértigo y yugo. A cada lado de la pipa, en su parte media, iba colocado un estacón de naranjo, u otra madera fuerte, ceñidos ambos entre sí, y en su extremo superior por una soga, de la que pendía una campanilla o cencerro, que anunciaba la aproximación del aguatero. No se hacía entonces uso de bitoque o canilla; en su lugar había una larga manda de suela, y alguna vez de lona; cuya extremidad inferior iba sujeta en alto por un clavo; de allí se desenganchaba cada vez que había que despachar agua, introduciendo dicha extremidad en la caneca, que colocaban en el suelo sobre un redondel de suela o cuero, que servía para impedir que el fondo se enlodara. Por mucho tiempo, daban cuatro de estas canecas por tres centavos.”

Pero esta tarea está organizada, monitoreada y reglamentada por la “comisión de obras y salubridad públicas” y en septiembre de 1890, los aguateros se declararon en huelga por el aumento de las tasas que debían abonar a la comisión de salubridad, esto quedó registrado en una nota del diario “La Prensa”: “Doscientos aguateros se han reunido en el pueblo de Belgrano para protestar por el aumento de las tarifas que le cobran las empresas de las obras de salubridad. Están de acuerdo en ir a la huelga la mayoría de los aguateros. No obstante, dos de ellos se resignaron a pagar la tarifa. Los aguateros recorren las fuentes de la ciudad para impedir que nadie cargue. Policías de la comisaría quinta arrestaron a trece de ellos que impedían el acceso a la bomba de la plaza Lavalle (…) Esta huelga viene a perjudicar gravemente, a los pobres que habitan los alrededores del municipio. El precio del agua impuesto a los aguateros es como se sabe elevado; pues cobran por lo que ellos llaman un viaje; o sea dos canecas, cinco centavos, lo que hace que las clases pobres de la ciudad no dispongan como sería de desear de ese indispensable elemento para la salud e higiene de la población...”

El tiempo fue pasando y la ciudad-aldea se transformó en la “Gran Aldea”. Mucho presentaron proyectos para que se pudiera conseguir agua corriente: Santiago Bevans y Carlos Pellegrini; Edward Taylor y Juan Baratta, Guillermo Davies; Fortunato Poucel, el ingeniero Pedro León Bouillon, entre otros.

Será bajo el mandato del presidente Domingo Faustino Sarmiento que sí se podrá concretar que la ciudad comience a poseer un claro servicio de agua corriente. Y el 20 de septiembre de 1868 Sarmiento colocará la piedra fundamental del edificio de la “Casa de Bombas” y en su discurso dirá: “…si reaparece –la fiebre amarilla y el cólera- no culpemos de ello a la Providencia creyendo que gobierna mal su mundo (…) Si hace estragos culpémonos a nosotros, por nuestra imprevisión e indolencia (…) El cólera como la guerra, entra hoy en el mecanismo social, como correctivo de nuestros propios errores y vicios (…) Habrá cólera donde quiera que haya desaseo, desnutrición y miseria (…) Demos agua corriente al pueblo, luz a las ciudades, templos al culto, leyes a la sociedad, constitución a la nación. Todo es necesario y excelente, pero si no damos educación al pueblo, abundante, a manos llenas, la guerra civil devorará al Estado, el cólera diezmará cada año a las poblaciones, porque la guerra civil y el cólera son la justicia de Dios que castiga los pecados de los pueblos”.

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