Miércoles 5 de Febrero de 2025

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EL CLIMA EN VILLA ALLENDE

29 de noviembre de 2024

Fue arquero del Real Madrid, tuvo sexo con más de 3.000 mujeres y vendió millones de discos: la intensa vida de Julio Iglesias

El célebre cantante español lleva una existencia cinematográfica a sus 81 años. Sufrió un violento accidente que le quitó el sueño de jugar profesionalmente al fútbol: uno de los médicos llegó a decirle que por los golpes podría no volver a caminar. Le regalaron una guitarra durante la rehabilitación y eso cambió su vida. La vida de un hombre que nunca se olvidó de vivir

>Julio Iglesias tiene 81 años y, por cierto, nació varias veces. Y cada vida que le tocó supo convertirla en oro. Vamos a contar la historia de este madrileño que jugó bien al fútbol hasta que sus piernas dejaron de caminar; que le cantó al amor sin la mejor voz y sin ninguna formación musical y que conquistó aplausos en todo el planeta y vendió millones de discos; que a pesar de sus dolorosas lesiones logró pararse sobre los escenarios; que arrastra la leyenda de haber tenido tres mil amantes; que cantó con Frank Sinatra, Diana Ross o Charles Aznavour; que logró entrar varias veces al Libro Guinness de los récords y que amasó un fortuna. ¿Vale? Sí, vale la pena repasar su vida.

Su madre María del Rosario “Charo” de la Cueva y Perignat lo empujó al mundo el 23 de septiembre de 1943 y lo llamó Julio. El niño heredó el nombre de su padre Julio Iglesias Puga, ginecólogo y cirujano oriundo de Galicia. Dos años después nació el hermano, Carlos. Las malas lenguas sostuvieron siempre que el menor era el preferido de la madre.

Los Iglesias eran de una clase acomodada y vivían en el coqueto barrio de Argüelles, pero no eran una pareja feliz. A pesar de ello siguieron adelante juntos como tantas familias donde la felicidad no es lo primero. Los chicos asistieron a buenos colegios y Julio comenzó a jugar al fútbol. No era lo que más les gustaba a sus padres, pero aceptaron su elección. Era arquero y lo hacía muy bien. Terminado el colegio comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Madrid (luego denominada Complutense) mientras jugaba en el club que amaba: el Real Madrid. En esa institución coincidió con otros deportistas que serían de renombre en el fútbol como Pirri, Pedro de Felipe y Amancio Amaro.

Julio prometía ser de los buenos y acababa de ser fichado como arquero para el juvenil B del Real Madrid cuando esa primera vida como deportista quedó truncada. Tenía 18 años la noche del 22 de septiembre de 1962, cuando al volver de un festejo anticipado por su cumpleaños 19, el auto en el que iba con amigos se estrelló con violencia contra unos arbustos en Majadahonda, al norte de la ciudad de Madrid. Su futuro cambió para siempre a las dos en punto de la madrugada. Tras el choque, quedó inconsciente.

Se despertó en el Hospital Eloy Gonzalo. El primer parte médico fue muy malo: tenía varias fracturas en sus piernas y una contusión fuerte en su columna dorsal. Uno de los médicos llegó a decirle que por los golpes sufridos no sabía si podría volver a caminar. Con el paso de los días el dolor se volvió intenso y con los meses empeoró a tal punto que sus piernas parecían ajenas. Adiós Real Madrid. El fichaje como arquero del juvenil B ya no sería posible.

Decidieron operarlo de manera urgente. Sería una cirugía muy delicada porque ya había perdido algunas funciones esenciales. Introducirían una aguja por la nuca para extraer el tumor. La cuestión era milimétrica. Cualquier falla podría tener consecuencias fatales y letales. Cuando salió del quirófano le confirmaron a su padre que habían hallado el tumor. El joven paciente fue rápidamente enviado a hacer radioterapia.

Las radiaciones con cobalto eran para ese entonces sumamente agresivas y ocasionaban serios efectos adversos. No solo no podía caminar, ahora también sufría daños colaterales que lo afectaban más de lo previsto. Don Julio, viendo lo que sufría su hijo, decidió correr el riesgo de suspender el tratamiento. Hizo bien. Tiempo después supieron que el tumor era benigno. Ese fue otro nuevo nacimiento para Julio Iglesias.

Ahora vendría la recuperación física. Larga y dolorosa. También la recuperación mental. Porque Julio vivía confinado en una cama y no creía tener demasiadas chances de volver a tener una vida normal como antes. Su padre fue su gran sostén. Don Julio Iglesias Puga dejó de trabajar y hasta cerró su clínica privada para atender a su hijo. Se encargó de todo: lo ayudaba a comer, a bañarse y a ir al baño. Hizo todo lo que estuvo a su alcance para que no quedara confinado a una silla de ruedas. Se comportó como un padre ejemplar. Julio lo reconoció cada vez que pudo: “Hizo una pequeña habitación de hospital en mi casa. Mi padre dejó de ser cirujano durante un año y medio, dejó de ejercer para dedicarse solo y exclusivamente a mí”.

Al ex deportista prometedor le pusieron también un fisioterapeuta particular para recuperar la movilidad y las funciones que había perdido en ese año y medio atrapado en su cama. Un enfermero encargado de su rehabilitación, Eladio Magdaleno, tuvo una ocurrencia: le regaló una guitarra para que se entretuviera y fortaleciera los dedos de sus manos después de tantos meses de inmovilidad y de sondas en todos los rincones de su cuerpo. Eladio también le llevó un pequeño libro de acordes.

Julio comenzó a rasguear las cuerdas para distraerse. Compuso versos para matar la angustia a los que luego le sumó música. “Poco a poco empecé a recuperar mis manos”, recordó Julio décadas después. “No tenía idea de música. La música para mí ha sido algo natural”, explicó. Encerrado en esa habitación, a fuerza de aburrimiento, nacía el nuevo Julio, el que conocemos todos. Porque esa guitarra se convirtió en un maravilloso salvavidas.

Cuando estuvo más o menos recuperado de sus lesiones, en 1967, su padre lo alentó para que viajara a Londres para aprender inglés y venciera miedos y complejos físicos. Allí cantó en pubs, se conectó con el mundo de la música y conoció a una joven, Gwendolyne Bollore, quien sería la musa inspiradora de uno de sus temas premiados y que lleva su nombre. “Gwendolyne fue muy importante en mi vida. Mi primer gran amor en libertad. Gwendoline era muy hermosa, de una familia de nobles exiliados rusos. (...) Con pómulos marcados, ojos grises, rubia. Debo decir que jamás he amado a una mujer más bella”, escribiría el cantante español en su libro de memorias.

Todo eso ocurrió antes de saber que su futuro sería, para siempre, dentro del mundo de la canción. En 1968 el tema “La vida sigue igual” llegó al Festival de la Canción de Benidorm, España. Julio no tenía pensado cantarla. Lo iba a hacer un joven llamado Manolo Pelayo, pero este se enfermó de hepatitis unos días antes. Terminaron ofreciéndole que la cantara él mismo. Estaba aterrado, nunca había cantado con una orquesta, pero aceptó. El desafío tuvo su premio: ganó el festival. Y le siguió un éxito inmediato que él vivió “como una borrachera”. La prensa y la gente lo buscaban. Esto lo llevó a firmar un contrato con Discos Columbia y, enseguida, su canción ocupó el primer puesto del ranking en español.

Las secuelas físicas seguían acosándolo: usaba plantillas especiales en sus pies, le dolía cada centímetro de su esqueleto y tenía que seguir ejercitando los músculos atrofiados para ganar fuerza. Julio se preguntaba todos los días por qué todavía le costaba cruzar una calle, por qué no podía manejar, por qué tanto sufrimiento. Pero los por qué no lo detuvieron, por el contrario, le hicieron tomar más envión.

Por supuesto, con los primeros éxitos llegaron también las primeras críticas. No había piedad. Que era muy duro sobre el escenario, de madera, que no sabía mover sus manos, que así no podría triunfar en serio. “Había perdido el 30 por ciento de mi movilidad”, explicó él y, contra todo pronóstico agorero, triunfó y brilló más que ningún otro cantante de su tiempo. Cuando sintió los aplausos se dio cuenta: ese era su destino inexorable. De ahí en más se dedicó a demostrar a sus detractores cuánto se habían equivocado.

En 1970 conoció en el VIP de una fiesta a una mujer filipina, bellísima y elegante que lo desmayó de amor a primera vista: Isabel Preysler. “Era muy guapa y tenía cierta distancia, eso que le gusta a los hombres…”, admitió el cantante. Cayó fulminado. Tan rápido fue que, al poco tiempo, Isabel quedó embarazada. Su padre le aconsejó que no se casara, que probara primero vivir juntos. Pero Julio estaba sordo por los latidos de su corazón estallando dentro de sus costillas. Además, él le cantaba a una sociedad muy conservadora.

El 29 de enero de 1971 se casaron en Illescas, Toledo. Había tanto ruido por los curiosos y los fotógrafos presentes que los novios debieron repetir dos veces el “sí, quiero”, porque no habían sido escuchados. Luego, partieron de luna de miel a Canarias.

Los triunfos y las canciones siguieron cosechando ventas y aplausos durante 1972. El segundo hijo de la pareja, Julio José, nació el 25 de febrero de 1973. A fines de ese año ya llevaba vendidos 10 millones de discos. Era un fenómeno. El 8 de mayo de 1975 nació su tercer hijo con Isabel, Enrique, y en 1976 actuó por primera vez en el Madison Square Garden de Nueva York, Estados Unidos.

A pesar de vivir de viaje, Julio se comportaba como un hombre celoso y posesivo con Isabel. Ella se sentía sola y con un matrimonio que sobrevivía hablando por teléfono. Además, estaban los romances de Julio que se filtraban a la prensa amarilla. A finales de ese año sobrevino el divorcio de Isabel y el pedido de nulidad del casamiento ante los tribunales eclesiásticos.

Ninguno habló jamás del motivo exacto del divorcio. Algunos medios dejaron trascender que podría haber sido un affaire de él con la argentina Graciela Alfano lo que habría disparado el final. El gran seductor no iba a cambiar e Isabel lo sabía perfectamente. Julio no estaba preparado para esa ruptura abrupta. Lo tomó de sorpresa.

De tanto correr por la vida sin freno

de tanto querer ser en todo el primero

los detalles pequeños

viviendo de aplausos envueltos en sueños

ya no soy como ayer

Me olvidé de vivir…

me quedé sin amor una noche de un día

Perdí, sin querer

Quizá fuera la catástrofe en la que había terminado su matrimonio lo que lo llevó a cantar uno de sus mayores éxitos.

Poco después, en 1980, escribió Hey! dónde parece también referirse a Isabel:

Hey! Ya sé que a tí te gusta presumir, decir a los amigos que sin tí ya no puedo vivir

En fin: no hablaba para contar lo que pasaba, pero cantaba. Suficiente.

Si no hubiese sido por su “traumático divorcio” (así lo ha relatado Julio) él cree que jamás se habría ido a vivir a los Estados Unidos para probar suerte en ese mercado. Se instaló en Miami en un departamento pequeño y se dedicó a grabar. Su hermano Carlos (quien se había recibido de médico, era cirujano mamario en un hospital de Madrid, era ya casado y tenía tres hijos) en 1979 dejó su carrera para trasladarse con su familia a los Estados Unidos y convertirse en mánager de Julio, la estrella de la familia.

El 29 de diciembre de 1981 le infligieron un duro golpe a su familia. La organización terrorista vasca ETA secuestró a su padre Julio Iglesias Puga a punta de pistola. “No oponga resistencia y le irá mejor. Esto es un secuestro”, le dijeron antes de maniatarlo, sedarlo e introducirlo en el baúl de un auto. El pavor se apoderó de los Iglesias. El caso estaba en todos los medios. Era de altísimo perfil. Quemaba.

Este episodio quebró las certezas de Julio. La estrella se cuestionó el éxito y la exposición. Decidió instalarse de manera definitiva en Miami y hacer que también fueran a vivir allí con él sus hijos mayores. Todos se instalaron en la mansión de Indian Creek.

Un año después del secuestro, Julio padre (quien era sumamente mujeriego) y Charo terminaron por divorciarse. Julio le dio a Charo un departamento entero de su propiedad y le regaló un Cadillac último modelo. Mientras, su padre, un eterno seductor, empezó una relación con una enfermera cuarenta años menor llamada Begoña.

Hay un refrán que dice que lo que se hereda no se hurta. Julio Iglesia Puga siempre había sido un “Don Juan” empedernido. La leyenda creada por las revistas del corazón sostiene que su hijo Julio lo superó con creces porque a lo largo de su vida se habría acostado con más de tres mil mujeres. Hipótesis difícil de comprobar, pero no por ello falsa. Los rumores sostenían que cada vez que una relación de él iba medianamente en serio, Julio compraba de regalo para esa mujer un reloj de oro marca Cartier.

Tiempo después salió también con una modelo adolescente originaria de Tahití, Vaitiare Hirshon: ella tenía 17 y él 40. Otros tiempos aquellos, en los que estos romances se “aceptaban”. Vaitiare era una amante sumisa, que se acomodaba a sus caprichos. Duraron seis años y terminaron la relación amigablemente. Pero ella, en 2016, escribió unas memorias que tituló Muñeca de trapo, y que fueron editadas por Ediciones B en España, donde dio su versión del romance. En esas páginas reveló que él la habría iniciado en el consumo de cocaína y que la había obligado a realizar tríos sexuales.

Volvamos a su carrera musical que explotó en 1983. Viaja por el mundo, triunfa tanto en Japón como en China o en el sur del continente africano. Canta frente a las pirámides de Egipto, se codea con poderosos y entra en el libro Guinness de los récords. En 1983 recibe el Disco de Diamante del Libro Guinness por ser el artista que más discos ha vendido en distintos idiomas hasta ese momento. En 2013 se llevará el Trofeo Guinness World of Records como el artista latino que más discos ha vendido en el mundo con 300 millones de copias.

La vida le sigue sonriendo. Es la cara de gaseosas. Sus álbumes se venden a lo pavote. Canta a dúo con Diana Ross. Se presenta en conciertos con Plácido Domingo y Charles Aznavour bajo la dirección de Zubin Mehta. Se hace amigo de Frank Sinatra y de Kirk Douglas. Y también entra en la lista Billboard 200 de los álbumes más vendidos en los Estados Unidos, un logro que hasta entonces solamente habían tenido los Beatles y Elvis Presley. Suma millones en sus cuentas bancarias, se ahoga en aplausos y premios. Lo buscan los políticos y no para de sumar fans. Julio no cultiva un bajo perfil, siente que se merece lo que está viviendo. Y todo por aquella guitarra que le llevó una mañana su enfermero.

En 1990 los dos Julios, padre e hijo, hallarán a los grandes amores de sus vidas.

Ese mismo año de 1990, Julio Iglesias Puga (75), el padre dedicado y también mujeriego, conoce a Ronna Keitt, una joven norteamericana de 27 años, en el Paseo de La Habana de Madrid. Manda a su guardaespaldas para que la invite con una copa de su parte. Casi cinco décadas de diferencia no importan: se forma una pareja estable. Durante años viven juntos sin papeles hasta que, en 2001, se casan en total secreto. La ceremonia es en Jacksonville, Florida, Estados Unidos, donde vive la familia de Ronna. Ese mismo año Julio Iglesias da su última materia para recibirse de abogado, no quiere saldos pendientes en su vida.

En 2002, luego de la muerte de su madre Charo, todos se enteran del matrimonio consumado de su padre y Ronna. Las formas otra vez habían sido resguardadas y el orgullo de Charo preservado. En 2004 Julio Iglesias Puga, da un paso más audaz todavía: a los 89 años, tiene un hijo con Ronna al que llaman Jaime Nathaniel Iglesias. El 19 de diciembre de 2005, con 90, muere como consecuencia de un edema pulmonar. Para ese momento Ronna está cursando un nuevo embarazo. Ruth nace el 26 de julio de 2006, el mismo día en que su padre -muerto poco antes- hubiese cumplido 91.

Julio Iglesias nunca había imaginado ser un profesional de la música. Pero se dejó llevar, sin esquivar el esfuerzo, por la circunstancias que le fueron sembrando el camino. Dijo: “No podía andar y corrí. No podía cantar y canté. Ni siquiera podía ser el más guapo y, a veces, lo parecí”. Pero tanto esfuerzo por triunfar le quitó tiempo. Eso que tanto suelen necesitar los hijos.

Enrique, el tercero que tuvo con Isabel, es con quien más conflictos ha tenido. Durante la infancia de Enrique, Julio casi no estuvo en su casa, andaba siempre de gira. Luego sobrevino el divorcio. Enrique decidió seguir sus pasos, pero ni siquiera lo consultó. Firmó a los 18 años un primer contrato y lo mantuvo en secreto durante seis meses. Cuando se lo contó a su padre los platos volaron por el aire: “Yo soy el que estoy en la música, no vas a poder conseguir nada sin mí”, dijo un Julio furioso.

La competencia quedó declarada y ninguno dio un paso atrás. Entre los años 2000 y 2010 solo se habrían visto en dos ocasiones. Una fue cuando murió don Julio Iglesias Puga, el abuelo. Dijo Enrique en un reportaje: “Sufrí mucho por esos años. Pero lo que sentí por mi música me daba fuerza. Sobre todo perseguía el objetivo de hacerlo a mi manera”. Dicen que, en realidad, no solo era la rivalidad sino que también había reproches guardados desde la infancia. Lo que Enrique le recriminaba a su padre era no haberse sentido suficientemente querido por él.

En una entrevista con el medio ICON Enrique sostuvo: “Yo no he tenido una relación mala con mi padre solo que es una relación muy difícil de explicar, porque cualquiera que la analice desde fuera podría imaginarse que no nos llevamos bien porque no nos han visto juntos, porque me marché joven de casa y nunca regresé”. Agregó que siempre ha mantenido largas conversaciones con él por teléfono y que han sido tan emotivas que incluyeron lágrimas al por mayor. Asegura haberse vuelto más reflexivo con los años: “Es mi padre y lo quiero con toda mi alma”.

A los ocho hijos que cuenta en su legajo oficial Julio Iglesias habría que sumarle uno más que nació en 1975, mientras él estaba casado con Isabel Preysler. Se llama Javier Sánchez Santos y fue fruto de una relación tan fugaz como prohibida con una bailarina llamada Edite Santos. La batalla judicial por ser reconocido por su padre la comenzó Javier en su adolescencia.

En 2019, después de 27 años de batalla legal, la justicia española declaró que el cantante era el padre de Javier Sánchez Santos. El juez José Miguel Bort consideró que existían indicios suficientes para dirimir lo de la paternidad y dio por cierto que Javier nació de la relación sexual que el cantante tuvo con la bailarina. María Edite, la única testigo del juicio aportó datos concretos de la ubicación y distribución de la casa donde estuvo en 1975 con Iglesias.

El artista apeló la sentencia, no concurrió al juzgado, sus abogados hablaron de una falta total de pruebas. Siguió su rumbo obcecado del no reconocimiento. Sus abogados admitieron que su representado había concurrido a aquella fiesta, pero arguyeron que eso no probaba las relaciones sexuales. Leyes aparte, lo cierto es que el parecido a su padre es tan impresionante que para muchos ni hacía falta un examen de ADN.

Con 81 años Julio Iglesias lleva hasta el día de hoy una existencia cinematográfica. Podría decirse que nunca se olvidó de vivir sino que, por el contrario, ha vivido demasiado y que, en cada capítulo que le tocó, consiguió un papel protagónico. Quizá la magnanimidad lo alcance al final y se anime al abrazo tardío a este hijo que niega haber engendrado. Ese podría ser el broche de oro para la película casi perfecta de sus múltiples vidas.

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